Mil Grullas by Yasunari Kawabata

Author:Yasunari Kawabata
Language: es
Format: mobi
ISBN: 8495908948
Publisher: EMECE
Published: 2004-12-31T23:00:00+00:00

2

Fumiko llevó dos tazones sobre una bandeja. Eran de forma cilindrica, un Raku (10) rojo y un Raku negro.

Colocó el negro delante de Kikuji. En su interior había té común y corriente.

Kikuji levantó el tazón y miró la marca del ceramista.

—¿Quién es? —preguntó bruscamente.

—Ryonyu (11), creo.

—¿Y el rojo?

—Ryonyu también.

—Parecen una pareja. —Kikuji miró el tazón rojo, que permanecía delante de las rodillas de ella sin que lo tocara.

Aunque eran tazones ceremoniales, no parecían fuera de lugar como tazas de té corrientes, pero una imagen desagradable relampagueó en la cabeza de Kikuji.

El padre de Fumiko había muerto y el padre de Kikuji había seguido vivo. ¿Habrían servido aquel par de tazones Raku como tazas de té cuando el padre de Kikuji iba a visitar a la madre de Fumiko? ¿Habrían sido usados como las tazas «marido-esposa», la negra para el padre de Kikuji, la roja para la madre de Fumiko?

Si estaban hechos por Ryonyu, uno no podía ser descuidado con ellos. ¿No habrían servido también en los viajes?

Quién lo sabía, tal vez Fumiko estaba gastándole una broma cruel.

Pero Kikuji no percibió malicia alguna en el hecho de que la joven trajera los dos tazones.

Sólo percibió un aniñado sentimentalismo que también lo embargó.

Él y Fumiko, acechados por la muerte de la madre, eran incapaces de contener ese grotesco sentimentalismo. El par de tazones Raku profundizaba la pena que tenían en común.

Fumiko estaba también al corriente de todo: el padre de Kikuji y su madre, su madre y Kikuji, la muerte de su madre...

Y ambos compartían el delito de ocultar el suicidio.

Era evidente que Fumiko había sollozado al hacer el té. Sus ojos estaban ligeramente enrojecidos.

—Me alegro de haber venido hoy —comentó Kikuji—. Puedo aceptar lo que dijiste hace unos minutos acerca de que entre los vivos y los muertos no puede haber perdón ni la imposibilidad del perdón, pero ¿puedo pensar que he sido perdonado por tu madre?

Fumiko asintió.

—De otra forma, madre no puede ser perdonada.

—De alguna manera, es terrible que yo esté aquí contigo.

—¿Por qué? —Ella lo miró—. ¿Quiere decir que estuvo mal que ella muriera? Yo misma me sentí muy decepcionada. Pensé que no importaba cuan malinter— pretada hubiera sido ella, la muerte no podía ser la respuesta. La muerte sólo interrumpe la comprensión. Posiblemente, nadie puede perdonar eso.

Kikuji permaneció en silencio. Se preguntó si también Fumiko se había esforzado hasta una confrontación final con el secreto de la muerte.

Era extraño escuchar que la muerte interrumpe la comprensión.

La señora Ota que Kikuji conocía ahora era muy diferente de la madre que Fumiko conoció. Fumiko no tenía manera de conocer a la madre como mujer.

Perdonar o ser perdonado era para Kikuji como ser acunado en esa ola, la languidez del cuerpo de la mujer.

Parecía que la languidez estaba allí también, en el par de tazones Raku.

Fumiko no había conocido a la madre de ese modo.

El hecho de que la hija no conociera el cuerpo del cual provenía era extraño y sutil. Sutil, el cuerpo mismo había sido traspasado a la hija.

Desde

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